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Catolicismo social

Prefacio

Ante los abusos del capitalismo liberal y la revolución industrial, el cristianismo católico conformaría un cuerpo importante de profundización en torno a lo social como un todo y no solo circunscrito a lo laboral y económico. Esta respuesta obtendría el nombre de Doctrina Social de la Iglesia (DSI) que es lo que se conoce precisamente como Catolicismo social. Siendo el término DSI acuñado por Leon XIII y Pio XI y desarrollado a partir de ahí en las encíclicas pontificas posteriores en torno al tema.

 

El catolicismo social de acuerdo a autores como Cerdá Bañuls (1981), se configura en aquella parte de la doctrina católica que se ocupa de lo «social», es decir, de la dimensión temporal del cristianismo, partiendo de la concepción católica de la persona humana y de la sociedad.

1. Introducción

 

Existe una faceta de la economía-política y del trabajo desconocida para muchos, en ello, la doctrina económico-política cristiana de la Iglesia Católica, muy particularmente haciendo énfasis en la sistematización del sacerdote dominico Zeferino González (1831-1894). Dentro de este marco la Iglesia reconoce que en efecto es un equívoco pensar que de economía política solo podemos hablar de la escuela clásica en adelante, dado que es un hecho objetivo que mucho antes de Quesnay, Smith, Malthus o David Ricardo, y en referencia clara a «La República» de Platón, a los tratados «Económica» y «Política» de Aristóteles, o hasta los mismos libros «De Officiis» de Cicerón, así como las obras de Santo Tomas y Egidio Romano tituladas ambas con el nombre de De Regimene Principum, ya trataban temas relativos a economía política.

 

Bajo las ruinas del sistema mercantil y de la fisiocracia, se levantó el liberalismo clásico de Adam Smith, muy desgraciadamente, refrendando al citado Zeferino (1862:I), ya que ante las fallas de estos sistemas por su excesiva y nefasta visión instrumentalista, era imperativa la construcción de una economía política más humana y solidaria, muy por el contrario, la escuela clásica representó una reafirmación ilustrada, una sofisticación de estos sistemas, y con ello como era de esperarse, la ruptura total y absoluta con todo principio religioso y moral que no congeniase con la nueva forma de entender los procesos económicos bajo óptica individualista y egoísta de mera satisfacción de necesidades sensitivas como criterio base de la riqueza (sensualismo economicista). Es este el gran error de Smith y sus epígonos, reafirma Zeferino:

 

«…es ese espíritu de egoísmo práctico, y esa indiferencia moral y religiosa que domina su sistema; espíritu de egoísmo y de indiferencia que el cristianismo no puede menos de condenar como opuesto a su enseñanza, a su historia y a su misión divina sobre la tierra en favor del hombre y de la sociedad» (1862:I).

 

Para la Iglesia, desde su particular visión, determinados principios derivados de las enseñanzas de Jesucristo, y que, aplicados a la ciencia de la economía política, la tornan en verdadera y auténtica. Solo el cristianismo, refrenda Zeferino (1862:II), puede otorgar base sólida, segura y humanista a la economía política, en tanto que:

 

«La Economía político-cristiana enseña que no es el fin de la sociedad aun considerada en el orden puramente natural y civil, la simple producción de las riquezas, sino más bien su mayor difusión posible entre los hombres, pero con subordinación al bienestar moral. La Economía político-cristiana no sacrifica la prosperidad y riquezas de los individuos a la riqueza y prosperidad de las naciones, sino que procura conciliar la prosperidad de las naciones con el bienestar del mayor número posible de individuos; atiende con marcada predilección a las clases indigentes, y enseña que no debe procurarse la prosperidad y la abundancia de algunas clases, en perjuicio de los individuos y del mayor número de indigentes, y mucho menos aun en detrimento de sus intereses morales y religiosos».

 

2. Principios fundamentales de la Economía Política y del Trabajo de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI)

 

De acuerdo a esta visión, podemos inferir algunos de los principales planteamientos de la doctrina económico-política y del trabajo cristiana, que se pueden resumir en el (i) principio de caridad y armonía, (ii) la lucha contra la pauperización, (iii) la crítica a la división del trabajo y (iv) una primacía de cambios a nivel moral antes que material, en tanto se concibe que esto último es solo una mera proyección de lo primero.

 

Los principales planteamientos de la doctrina económico-política y del trabajo cristiana, se resumen en los siguientes puntos, que expondremos de forma sintética en el siguiente orden:

 

2.1. El principio de caridad y armonía: Para la doctrina económico-política y del trabajo cristiana, la caridad es entendida como la empatía social, la capacidad de identificarnos con un universo de sufrimiento que es ajeno a nuestra esfera de comodidad individual. No es esa armonía de intereses de los economistas clásicos, contingente y temporal, que se acaba tan pronto como fenecen las relaciones de intercambio, sino una armonía que acompaña al cuerpo social durante toda su existencia. Al respecto:

 

«…porque es preciso no olvidarlo, y es preciso repetirlo muy alto. Si es cierto que el trabajo y la previsión constituyen dos elementos principales de la Economía política; si vienen a ser como los dos factores y generadores más importantes de la producción y distribución de la riqueza, no lo es menos que la religión de Jesucristo y las máximas del evangelio son las más propias para ejercer influencia tan poderosa como benéfica en la existencia y desarrollo de esos dos grandes elementos de producción, en esos dos grandes factores del movimiento económico» (Zeferino, 1862:II).

 

2.2.La lucha contra la pauperización y la crítica a la división del trabajo: Es como consecuencia del principio de caridad que se llega a la armonía social, que a su vez equilibra los intereses y evita aquellos antagonismos sociales que poco les importa arrasar lo bueno con tal de cambiar de situación, o poco les importa mantener lo malo con tal que prime el principio de máxima ganancia, y es que en torno a esto último, «el orgullo y la malicia de ciertos hombres, decía Fenelon, son los que arrastran a tantos otros a una horrorosa pobreza» (Zeferino, 1862:IV). Esa horrorosa pobreza de una parte importante de la sociedad es lo que se conoce como el pauperismo, que aún hoy, hasta nuestros días, en pleno Siglo XXI, varias sociedades sufren.

 

Después del trabajo: ¿Cuál es la causa primera de la multiplicación de las riquezas y de la habilidad de los trabajadores? Dice Zeferino parafraseando a Proudhon, respondiendo que, esa causa es la división del mismo trabajo, pero a su vez es esta misma división la primera causa de la decadencia del espíritu o talento y de la miseria civilizada, en tanto que uno de sus primeros efectos es la prolongación de las horas de trabajo. Cabe hacer una precisión a las palabras de Zeferino, ya que este no niega que el principio de división del trabajo es útil como principio generador y elemento fecundo de la producción de riqueza y de bienestar en el orden económico, no desconoce sus ventajas y su enorme utilidad, lo que crítica es el enfoque con el que se le ha venido tratando, un enfoque egoísta solo concentrado en la acumulación de riqueza por la acumulación de riqueza misma (teoría del lujo) y no en la acumulación de riqueza para un propósito trascendental que cumpla una función social, mejorando las condiciones de los trabajadores en la prestación de sus labores, evitando el trabajo en exceso.

 

2.3. Revolución moral antes que material: Por todo lo expuesto, queda claro que la doctrina económico-política y del trabajo cristiana, es consciente que lo material es una mera extensión de una forma de ver el mundo. Si nuestra visión ético-moral es individualista y egoísta, es claro que una sistematización teorética o proyecto que tenga como base dichos presupuestos lo será también, pero en cambio sí nuestra visión es solidaria y caritativa, es claro que el producto de la construcción de un sistema económico guiado por dichos principios, lo será o al menos procurará serlo, ya que estamos hablando de instituciones humanas, al fin y al cabo.

 

Para esta visión, una revolución primero tiene que darse en el plano de la conciencia para que realmente se puedan sentir sus efectos en el mundo de lo fenoménico (similar a lo que será luego la referencia a una revolución cultural que da base al cambio político en tanto fenómeno de conquista de superior conciencia en Gramsci, 1949, ya que recordaremos que Gramsci era habido lector de Civiltá Cattolica), de lo contrario pecará de sentir lo efímero de lo sensitivo que no se prolongará más que el tiempo que dure el espasmo violento de las emociones. Se puede destruir el cuerpo, pero nunca quebrantar el alma y el espíritu, si es que estos han sido forjados y templados en la rectitud y la virtud. Y por alma y espíritu no hacemos alusión a conceptos sobrenaturales, sino por el contrario a cuestiones muy tangibles y concretas que ya están siendo abarcadas progresivamente por la neurociencia, la neuroteología y la neurofilosofía. Al alma como referencia a la misma mente humana (Giménez Amaya, 2010:163), y al espíritu como el sustrato metafísico realista constituido por la triada de razón, conciencia y percepción, que nos permiten experimentar a su vez la trascendencia de la existencia humana, en ello: el autoconocimiento (de la razón en la filosofía), la fe (conciencia de lo trascendente en la religión, pero también en ámbitos no religiosos), y la libertad (la percepción de la voluntad dirigida al descubrimiento y la invención en la ciencia).  

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